El precio es un reflejo
del rendimiento económico de la compañía, pero también lo es del respeto y la
buena imagen de ésta en el mercado.
Cuando una organización
es capaz de identificar los valores que más aprecian sus usuarios con su
emblema, termina estableciendo un vínculo emocional con los clientes que
trasciende el de cualquier campaña publicitaria.
Se produce entonces la
transmutación de los consumidores en fans, fieles a la empresa y enamorados de
la marca. Es el caso de muchos usuarios de Harley-Davidson, que llegan incluso
a tatuarse su logotipo.
Sin embargo, enfatizar la
importancia de la marca sobre el producto o servicio que se presta lleva a
veces a olvidar que el usuario debe vivir una experiencia integral por parte de
la compañía, y no solo asociar el símbolo de la empresa con un determinado
estatus social.
No debería de extrañarnos
que haya tanta gente dispuesta a comprar prendas, bolsos, discos, películas e incluso
colonias falsas en improvisados puestos callejeros. Cuando la marca es todo el
valor que espera obtener el cliente, terminamos quedándonos sin protección de
marca.
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