La marca es, o debería
ser, el resultado del buen hacer de una compañía, la síntesis entre la calidad
de sus productos o servicios, y la eficacia en el trato y la atención al
cliente, todo ello conjugado con el respeto que generan las buenas prácticas
comerciales.
Sin ninguno de estos
ingredientes, no hay base sobre la que sustentar una marca. Hay quien aprovecha
el prestigio de su marca para relajarse y vivir de las rentas. Y hay también
quien se esfuerza por poner en marcha colosales campañas de marketing y
publicidad para desarrollar marcas ficticias, detrás de las cuales no hay
apenas nada. Unas y otras actitudes tienen un corto recorrido.
Es lo que sucedió a la
malograda tienda online Boo.com, o lo que le ha pasado a algunas firmas de
lujo, que licenciaron su marca a tantos proveedores distintos que la devaluaron
más de la cuenta.
Tener una marca valorada
en miles de millones de dólares debería de ser una garantía de futuro, pero no
sólo para la empresa, sino para el cliente, que la percibe como un sello de
calidad.
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